Un texto inédito y actual del gran escritor francés
Este manifiesto debió publicarse en 1939, después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, pero fue censurado. Durmió durante 73 años en los archivos de Aix-en-Provence
En 1939, poco después del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la censura de prensa se impuso en los territorios de Francia y sus colonias. Albert Camus, que en ese entonces tenía 26 años y no había escrito todavía ninguna de las obras maestras de la literatura con que se daría a conocer en todo el mundo, quiso publicar, en el periódico que dirigía en Argelia, un manifiesto en que invitaba a los periodistas a mantenerse libres. El texto fue censurado y jamás llegó a la imprenta.
Tuvieron que transcurrir 73 años. En marzo de 2012, varios cartones de documentos fueron descubiertos en los Archivos de Ultramar, en la ciudad francesa de Aix-en-Provence. En ellos aparecieron los números censurados del periódico Soir Republicaine, del cual Camus era redactor en jefe junto con su mentor, Pasqual Pia, y que fue definitivamente prohibido de circular en enero de 1940. Entre ellos, este manifiesto.
El joven Camus era un pensador claro y brillante. Había militado ya en el Partido Comunista, para defender la igualdad de derechos entre árabes y europeos. Pero como ocurrió en su tiempo con otros espíritus irreductibles a los dogmas, fue excluido de él con su total consentimiento.
Durante la vigencia de la censura, Camus se rehusó a someter sus textos antes de imprimirlos. Prefería publicar su periódico con manchas y tachones que ponían en evidencia a los censores.
Es difícil hoy evocar la libertad de prensa sin ser tachado de extravagancia, acusado de ser Mata-Hari o verse convencido de ser el sobrino de Stalin.
Sin embargo, esa libertad entre otras no es sino uno de los rostros de la libertad a secas y se comprenderá nuestra obstinación en defenderla si se quiere admitir que no hay otra manera de ganar realmente la guerra.
Ciertamente, toda libertad tiene sus límites. Todavía hace falta que sean libremente reconocidos. Sobre los obstáculos que hoy se interponen a la libertad de pensamiento, hemos dicho ya todo lo que hemos podido decir y diremos aún, hasta la saciedad, todo lo que nos sea posible decir. (…)
Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna de ese nombre es el de jamás caer en lamentaciones inútiles frente a un estado de cosas que no puede ser evitado. Hoy la cuestión en Francia ya no es cómo preservar las libertades de prensa. Es buscar cómo, frente a la supresión de esas libertades, un periodista puede permanecer libre. El problema no interesa más a la colectividad. Concierne al individuo.
Y justamente lo que nos gustaría definir aquí son las condiciones y los medios por los cuales, en el seno mismo de la guerra y de sus servidumbres, la libertad puede ser no solamente preservada, sino manifestada. Esos medios son cuatro: la lucidez, el rechazo, la ironía y la obstinación.
La lucidez supone la resistencia a los mecanismos del odio y al culto de la fatalidad. En el mundo de nuestra experiencia, lo cierto es que todo puede ser evitado. La guerra misma, que es un fenómeno humano, puede ser siempre evitada o detenida por medios humanos. Basta con conocer la historia de los últimos años de la política europea para estar seguros de que la guerra, cualquiera que sea, tiene causas evidentes. Esta visión clara de las cosas excluye el odio ciego y la desesperanza del quemimportismo. Un periodismo libre, en 1939, no desespera y lucha por lo que cree verdadero como si su acción pudiera influir sobre el curso de los acontecimientos. No publica nada que pueda incentivar el odio o provocar la desesperanza. Todo eso está en sus manos.
Frente a la marea en ascenso de la estupidez, es necesario igualmente oponer algunos rechazos. Todas las imposiciones del mundo no harán que un espíritu un poco limpio acepte ser deshonesto. Sin embargo, y por poco que se conozca el mecanismo de las informaciones, es fácil asegurarse de la autenticidad de una noticia. Es sobre esto que un periodista libre debe volcar toda su atención. Porque si no puede decir todo lo que piensa, le es posible no decir lo que no piensa o lo que cree falso. Es así que un periódico libre se mide tanto por lo que dice como por lo que no dice. Esta libertad negativa es, de lejos, la más importante de todas si se sabe preservar porque prepara el advenimiento de la verdadera libertad. En consecuencia, un periódico independiente da el origen de sus informaciones, ayuda al público a evaluarlas, repudia el lavado de cerebro, suprime las ofensas, mitiga con comentarios la uniformización de las noticias y, en pocas palabras, sirve a la verdad en la medida humana de sus fuerzas. Tal medida, por relativa que sea, le permite al menos rechazar aquello que ninguna fuerza en el mundo podría hacerle aceptar: servir a la mentira.
Llegamos así a la ironía. Se puede poner como principio que un espíritu que tiene el gusto y los medios de imponer prohibiciones es impermeable a la ironía. No se ve a Hitler, por poner un ejemplo entre otros, utilizar la ironía socrática. Queda entonces que la ironía sigue siendo un arma sin precedentes contra los demasiado poderosos. Ella completa el rechazo, pues permite no sólo repeler lo que es falso, sino decir a menudo lo que es verdadero. Un periodista libre, en 1939, no se hace muchas ilusiones sobre la inteligencia de quienes lo oprimen. Es pesimista en lo que concierne al hombre. Una verdad enunciada en tono dogmático es censurada nueve de cada diez veces. La misma verdad dicha agradablemente no lo es sino cinco de cada diez veces.
Esta disposición ilustra casi exactamente las posibilidades de la inteligencia humana. Explica, igualmente, que periódicos franceses como Le Merle o Le Canard enchaîné puedan publicar regularmente los valientes artículos que se conocen. Un periodista libre, en 1939, es, pues, necesariamente irónico, aun a su pesar. Pero la verdad y la libertad son amantes exigentes, al punto que tienen pocos amantes.
Esta actitud de espíritu brevemente definida, es evidente que no sabría sostenerse eficazmente sin un mínimo de obstinación. Muchos obstáculos se oponen a la libertad de expresión, pero no son los más severos como para desalentar un espíritu. Pues las amenazas, las suspensiones, las persecuciones obtienen generalmente en Francia el efecto contrario a aquel que se proponen. Pero hay que convenir que hay obstáculos desalentadores: la constancia en la necedad, la cobardía organizada, la estupidez agresiva, y podríamos seguir. Ese es el gran obstáculo al cual hay que vencer. La obstinación es aquí virtud cardinal. Por una paradoja curiosa pero evidente, ella se pone entonces al servicio de la objetividad y de la tolerancia.
He aquí, pues, un conjunto de reglas para preservar la libertad hasta en el seno de la servidumbre. ¿Y luego?, se dirá. ¿Luego? No vayamos demasiado a prisa. Si tan sólo cada francés quisiera preservar en su esfera todo lo que él cree verdadero y justo, si quisiera poner su grano de arena para mantener la libertad, resistir al abandono y dar a conocer su voluntad, entonces y sólo entonces esta guerra se ganará, en el sentido profundo de la palabra.
Sí, es a menudo a su pesar que un espíritu libre de este siglo expresa su ironía. ¿Qué hay de gracioso en un mundo en llamas? La virtud del hombre es hacer frente a aquello que la niega. Nadie quiere recomenzar dentro de veinticinco años la doble experiencia de 1914 y de 1939. Hace falta, pues, ensayar un método novedoso que sería la justicia y la generosidad. Pero éstas no se expresan sino en los corazones ya libres y en los espíritus aún clarividentes. Formar esos corazones y esos espíritus, más bien despertarlos, es la tarea a la vez modesta y ambiciosa del hombre independiente. Toca mantenerse ahí sin ver más lejos. La historia tendrá o no en cuenta estos esfuerzos. Pero se habrán hecho.